
Las características personales, positivas y, las que no lo son tanto, estando en pareja, se van notando más y, muchas veces, se acentúan y nos la refleja nuestra pareja. El amor, como este ideal en el que deseamos disfrutar y ser plenamente, en donde estamos dispuestos a aceptar a la otra persona porque es “casi perfecta”, se vuelve cada vez más utópica en la medida en la que pasa el tiempo y se comparten cada vez más espacios, todavía más, si se vive con la otra persona.
Poco a poco revelan los defectos de carácter, las limitaciones, además de la multiplicidad de virtudes que fuimos capaces de ver en la etapa del enamoramiento, a la que algunas personas generan cierta adicción o apego, por tanto, no logran establecer relaciones duraderas, porque “no es como al principio” (nada lo es) y saltan de una relación a otra esperando que se logre perpetuar esa sensación que aporta la tan disfrutable dopamina (conocida como “hormona de la felicidad”).
Otras personas entienden el proceso de creación y de establecimiento sólido de una pareja, y lo asumen como una tarea en la que es preciso tener los cuidados necesarios para no caer en vicios de conducta o de relación, en la monotonía; en no fusionarse, no perderse en la pareja, no generar cuadros de codependencia; sino, por el contrario, encontrar un ambiente nutricio para que ambas partes se desarrollen individual e independientemente, de modo que la vida conjunta se vea enriquecida por los aportes de ambos.
Walter Riso, en su libro “De mil amores”, enuncia una serie de puntos qué observar para optimizar los esfuerzos personales y en conjunto para alcanzar una relación sólida y disfrutable, lo cual requiere de atención y trabajo permanentes en donde se ha de procurar mantener el respeto, la honestidad, la libertad de ser y de decidir, mantener una identidad independiente que nos reafirme a cada uno para poder construir una pareja disfrutable. Se trata de dar y recibir; de ceder, de incluir al otro en mis planes y estar dispuesto a que el otro me incluya en los suyos.
Es un continuo compartir en el que la dignidad de ambos se resguarda, pese a que los claroscuros de las personalidades quedan de manifiesto, porque somos seres humanos y “ser perfectos” no es alcanzable para ninguno de los integrantes, y ambos somos capaces de entenderlo, por lo que el juicio queda al margen. Si se parte de esta base y se está atento para intentar “ser parejos” en pareja, las posibilidades de gestar una relación sana y duradera son mayores.
En una relación amorosa se ponen en juego los principios e intereses de cada uno, de modo que es ideal que las coincidencias mentales y emocionales sean más que las divergencias, de otra manera, y si no se habla y arregla, el fracaso puede empezar a asomarse. Debe persistir el interés mutuo de cuidarnos a nosotros mismos y al otro; además, en una relación sana no hay lugar para los atropellos ni las exigencias que se desprenden de los celos en donde uno de los dos espera que el otro cierre su universo, sólo a él, porque se pueden tener amistades, además, compañías laborales que cumplen con otra función que la pareja no puede cubrir porque su razón de ser es otra, además, la riqueza relacional contribuye a que las partes se autodeterminen y desarrollen la confianza en sí mismos y en el otro.
Acompañarse en el camino, comunicarse, conocerse más y aceptarse, entenderse, hacerse más cercanos, amigos entrañables, cómplices y poder generar acuerdos y ser cuidadosos cuando se detecta que hay un punto que despierta cierta sensibilidad dolorosa en el otro.
Decidir todos los días quedarse en la relación, estar para el otro y preferirlo por encima del resto de las personas, por lo que la fidelidad no es una imposición sino una elección, a menos que se acuerden otros esquemas de relación que introducen un marco de complejidad importante que por ahora no abordaremos.
La relación física se va transformando y se construye desde una intimidad, ya no arrebatada, sino mucho más entrañable y que no se comparte con más nadie porque se prefiere estar con la pareja, con esa pareja, a estar en cualquier parte y con cualquier otra persona.
Vivir en pareja no es vivir felices en todo momento, pero sí se debe partir del amor porque habiendo eso se cuenta con las condiciones para enfrentar casi cualquier circunstancia, siempre que cada uno esté dispuesto a hacer lo que le corresponde.