
“Cuando el ego muere, el alma despierta”
El ego es como una daga de filo doble que, en realidad, se nos encaja un poco cada que nos gana la partida. Es una especie de cheque al portador que desde que hacemos uso de él ya pagamos intereses y, la mayoría de las veces, se multiplican sin determinar el término del plazo. En ocasiones, puede tomar toda una vida sufrir las consecuencias por conducirse de acuerdo a alguna de estas manifestaciones del ego y permitirse desviar la mirada de los placeres honestos y bellos de la existencia (que sí que los hay) y zanjarnos un camino de sufrimiento.
El denominado “oponente”, por algunos, siempre nos incitará a saltar sobre los resortes erróneos que nos inclinen a actuar de modo que nos alejemos de nuestra esencia. Ser fieles a esta esencia requiere de atención, trabajo constante y de sacrificios que serán una inversión a largo plazo, lo que, particularmente en estos tiempos, se ha tornado complicado porque recoger los frutos tras un lapso requiere trabajo, fe y paciencia, a diferencia de los placeres del ego, que son inmediatos y hoy muchas personas buscan el resultado inmediato.
Nutrir nuestra esencia es fundamental porque es la vía para desenmascarar al ego; nos coloca en condiciones de tomar acciones que nos aproximen a alcanzar un equilibrio con todo lo que nos relacionamos, ya sean cosas, animales o personas; ideas, creencias o hasta prácticas espirituales, porque aun en las expresiones más sublimes, en todo, está involucrado el ego.
La “gran batalla” se libra entre nuestra verdadera esencia y el “gran oponente”, en donde lo importante consiste en vencer paulatinamente a la propia ignorancia y crecer como seres humanos. La expresión de la autenticidad del “ser”, de nuestra esencia, habría de tender a aquello que nos agregara valor en sentido positivo y apuntando a que los beneficios fueran duraderos. Incluso, varias prácticas espirituales y religiones, como la Budista, no centran su foco en la veneración a un Dios, sino en la práctica para reducir o eliminar el ego, justo porque es causante de sufrimiento.
Romper la dieta y comerse los más delicioso tacos de carnitas o el pato laqueado brindan el mayor placer a la hora de paladear la salsa y el maíz, al desgarrar la carne, aunque a la postre llegará la culpa y se aminorarán los efectos de la dieta en nuestro organismo; en cambio, hacer ejercicio y seguir al pie de la letra la dieta y, con el tiempo, gozar de las bondades que ello traerá al cuerpo, tanto en salud, como en estética. La esencia requiere de sacrificio pero, a la larga, brinda una felicidad duradera.
No es tan fácil
reconocer al ego y, a veces, es tanta la tentación que es difícil “hacer
restricción”, (como dicen los
kabbahlistas) y ser lo suficientemente fuertes para negarse a sucumbir ante
tales tentaciones, aunque sepamos que se trata de un veneno; pero cuando se
logra, cuando se resiste, cuando se tiene la fuerza de renunciar a los placeres
efímeros que ofrece, también se tiene la oportunidad de “revelar luz”, como
dicen en Kabbalah; se le corta el alimento al ego; se le asfixia.