El monstruo de mil cabezas

El monstruo de 1000 cabezas

“El riesgo más grande no es sólo caer en el ego una y otra vez, ya hasta sin darse cuenta, sino ‘perderse’ en él”

Toda expresión del ego proviene de un miedo: si temo al rechazo, rechazo primero; temo a la descalificación, entonces me conduzco de una manera soberbia; estos son sólo un par de ejemplos en los que se manifiesta nuestro ego, entre cientos de miles. En tanto no lo entendamos y no estemos a la caza de nuestras expresiones del ego para intentar domesticarlo, el “monstruo de mil cabezas” irá de gane, se fortalecerá, se arraigará y permanecerá en nosotros, alterando nuestro equilibrio y afectando nuestra vida en todos los renglones.

Rencor, soberbia, castigo, culpa, victimización, reproches, exigencias, acusaciones infundadas, juicios hacia los demás o hacia sí; rabia, rechazo; condicionamiento del amor, retirar la confianza, la propia amistad, el egocentrismo, necesidad de fama, entre otras expresiones, son manifestaciones del ego representadas en cada testa de ese “monstruo de mil cabezas” que no dudará en abalanzarse en contra de cualquiera que le preste oídos y que esté dispuesto a alimentarle, para susurrarle acerca de las “bondades” inmediatas que obtendría.

El riesgo más grande no es sólo caer en el ego una y otra vez, ya hasta sin darse cuenta, sino “perderse” en él. Las personas con prácticas más “egóicas” enceguecen ante su debilidad y suelen ser otros los que se dan cuenta de que están desequilibradas; no les es fácil adivinar que escuchan las voces del monstruo, que no es sino un “falso consejero” que les hace errar el camino y sufrir las nefastas consecuencias que suele arrastrar consigo.

Por ello, a veces vale la pena escuchar cuando alguien que nos conoce nos señala algo sobre nosotros, porque si se vuelve reiterado por parte de otros actores en la película de la vida propia, es preciso que lo consideremos porque puede ser que estemos negando un rasgo de conducta negativo, de ahí que sea recomendable la psicoterapia, porque una persona ajena y entrenada estará en mejores condiciones que cualquiera para reflejarnos o echar luz sobre esas partes negadas de nosotros mismos y darnos una oportunidad real de trabajarlas para alcanzar un crecimiento personal significativo.

Anxo Pérez, en su libro “Los 88 peldaños para la gente feliz”, señala que hay escalones de crecimiento, en donde las personas partimos desde diferentes niveles; el más bajo es el “silvestre”, luego está el “hermético”, hasta ascender al último peldaño, que es el de “iluminado”.

Este ascenso de nivel, o de frecuencia, se podrá concretar con la disposición, determinación, observancia personales de ser humildes y de estar dispuestos a dejar de lado todo aquello que estorbe, por atractivo que nos resulten aquellos placeres inmediatos, los ocultos, que en realidad son quiméricos, para entonces permitir modificarnos desde el interno y ser reconfigurados en un nuevo “yo”, que en realidad nos aproximará a quienes en verdad somos, a nuestra esencia, y no a una versión desdibujada o, en los peores casos, enrarecida de nosotros mismos.

Lo que algunos llaman “luz” y “sombra” en nosotros, están siempre en pugna, mas, ¿no debiera ser fácil liberar dicha tensión? Si la sombra se manifiesta cuando falta la luz, al aluzar la oscuridad esta desaparece. Iluminar, entonces, las partes más oscuras de nuestro ser podría ser el método de liberación del propio ego, mas ello requiere de tenacidad, esfuerzo, fuerza de voluntad y entrenamiento, como puede alcanzarse a través de la meditación, tan practicada en diversas disciplinas de Oriente, misma que hoy en día es más común y tomada muy en serio en Occidente dado que exponencial el crecimiento espiritual de quienes la practican.