En una residencia de ancianos de Guadalajara, todos los días a las 4 de la tarde, un abuelo llamado José, se sentaba en el mismo banco del patio, con la espalda recta y las manos sobre las rodillas.
Nadie lo visitaba.
Mientras otros recibían flores, llamadas o abrazos de hijos y nietos, él se quedaba allí, mirando la puerta de entrada como quien espera algo que sabe que no va a pasar.
Las cuidadoras decían que tenía un carácter fuerte, pero la verdad es que la soledad hace que a veces uno se ponga duro por fuera… para que no se le note lo blando de adentro.
Una tarde, José le dijo a una enfermera:
Estoy pensando en morirme, pero primero quiero hacer algo
Nadie le preguntó qué.
Al día siguiente, se presentó con un papelito escrito a mano y un bolígrafo. Lo pegó en el corcho de la entrada, donde suelen estar los avisos del menú o las actividades de bingo.
El cartel decía:
SE ALQUILA ABUELO
Se ofrecen abrazos, historias, recetas, refranes y consejos.
Precio: una visita de 10 minutos.
Condiciones: no importa la edad del visitante.
Solo se pide que no sea para vender seguros.
Las cuidadoras rieron, pero no le quitaron el cartel.
Al principio, nadie vino.
Pero un día, una muchacha que repartía paquetes se detuvo a leerlo. Entró, tímida, y dijo:
¿Puedo alquilar al Abuelo?
Le dijeron que sí. Y la llevaron con José.
La conversación duró media hora. La chica lloró un poquito. José le regaló un consejo que había aprendido en 82 años de vida:
El corazón no se rompe por lo que pierdes, sino por lo que no te atreves a decir.
Al día siguiente, esa misma muchacha trajo a su hermano.
Luego vino una vecina.
Y después, un chico que había leído la historia en un post de Facebook.
En menos de un mes, el aviso de “SE ALQUILA ABUELO” se volvió viral.
Gente de toda la ciudad empezó a pasar por el geriátrico. Algunos llevaban pasteles. Otros traían cartas. Había quienes solo se sentaban en silencio a sostenerle la mano.
José nunca cobró un centavo, pero dice que ganó mucho más:
Cobro en secretos, abrazos y risas. Esas son mis monedas.
El director del lugar pensó en quitar el cartel porque la cantidad de visitas empezó a ser incontrolable.
Pero José le respondió:
No quite el letrero, joven. Que yo sepa, la soledad mata más lento que el cáncer… pero igual mata. Y yo decidí curarme a mi manera.
Hoy, José tiene una lista de espera de personas que quieren “alquilar un Abuelo por un rato”.
Dice que no es negocio, es medicina.
Medicina contra el olvido.
Medicina contra esa tristeza que no se ve, pero que pesa más que cualquier enfermedad.
Y cada vez que alguien le pregunta cómo hizo para volverse viral a los 82, él contesta riendo:
Puse el corazón en alquiler… pero al final lo terminé regalando.